Me cuesta leer el periódico, me aburre, todos los días lo mismo..., paso, veo en diagonal a algunos de sus columnistas y suelo leer a Juan Cruz, la columna de Manuel Vicent y en Babelia busco la página de Antonio Muñoz Molina. La última me ha encantado, "Los caminantes" .
Marcha en Memphis, Tennessee, el 28 de marzo de 1968.
... Ha habido revoluciones sanguinarias que en nombre de la fraternidad humana y del paraíso terrenal se convirtieron en grandes fábricas de crímenes. En España todavía quedan sueltos algunos chacales que para vindicar el idilio de un edén paleolítico consideran necesario el asesinato. En Montgomery, Alabama, el primero de diciembre de 1955, una costurera de aire tranquilo, Rosa Parks, dignamente vestida con un abrigo y un sombrero, con unas gafas que acentuaban la dulzura de su cara, inició una de las grandes revoluciones del siglo con el solo gesto de sentarse en un autobús, mirando al frente, sujetando el bolso sobre el regazo. Muchas veces, a lo largo de los años, negó que el motivo para sentarse en una de las primeras filas en lugar de seguir avanzando hacia el fondo, hacia las reservadas a los negros, fuera el agotamiento, o el dolor de los pies. Lo hizo, decía, con aquella expresión de templanza que tuvo hasta el final de su vida, porque decidió que tenía que hacerlo, que no podía aguantar más pasivamente la injuria de la segregación. La amenazaron, la detuvieron, la encerraron. Policías brutales la zarandeaban y le gritaban insultos acercándole mucho a la cara serena sus grandes bocas torcidas de ira. ... (elpais.com)
Marcha en Memphis, Tennessee, el 28 de marzo de 1968.
... Ha habido revoluciones sanguinarias que en nombre de la fraternidad humana y del paraíso terrenal se convirtieron en grandes fábricas de crímenes. En España todavía quedan sueltos algunos chacales que para vindicar el idilio de un edén paleolítico consideran necesario el asesinato. En Montgomery, Alabama, el primero de diciembre de 1955, una costurera de aire tranquilo, Rosa Parks, dignamente vestida con un abrigo y un sombrero, con unas gafas que acentuaban la dulzura de su cara, inició una de las grandes revoluciones del siglo con el solo gesto de sentarse en un autobús, mirando al frente, sujetando el bolso sobre el regazo. Muchas veces, a lo largo de los años, negó que el motivo para sentarse en una de las primeras filas en lugar de seguir avanzando hacia el fondo, hacia las reservadas a los negros, fuera el agotamiento, o el dolor de los pies. Lo hizo, decía, con aquella expresión de templanza que tuvo hasta el final de su vida, porque decidió que tenía que hacerlo, que no podía aguantar más pasivamente la injuria de la segregación. La amenazaron, la detuvieron, la encerraron. Policías brutales la zarandeaban y le gritaban insultos acercándole mucho a la cara serena sus grandes bocas torcidas de ira. ... (elpais.com)